GRACIAS DON NAPOLEÓN

Era noviembre de 2019. Cuando empezó la carnicería, cuando cientos de bolivianas y bolivianos que habían construido a mano el sueño para todos de comer tres veces al día, tuvieron que salir corriendo del país, ahí estaba don Napo en Buenos Aires, esperando con los brazos abiertos y el corazón partido, disimulando su tristeza abrió de par en par su casa y compartió su mesa a cientos de trabajadores que ayudaron a sacar a Bolivia del final de la cola por el aceite, donde se peleaba con Haití, por saber cuál de los dos era el más pobre entre los más pobres. Como si aquella tragedia sin pan y sin peces, fuese algo para jactarse.

7/19/20251 min read

GRACIAS DON NAPOLEÓN

Era noviembre de 2019. Cuando empezó la carnicería, cuando cientos de bolivianas y bolivianos que habían construido a mano el sueño para todos de comer tres veces al día, tuvieron que salir corriendo del país, ahí estaba don Napo en Buenos Aires, esperando con los brazos abiertos y el corazón partido, disimulando su tristeza abrió de par en par su casa y compartió su mesa a cientos de trabajadores que ayudaron a sacar a Bolivia del final de la cola por el aceite, donde se peleaba con Haití, por saber cuál de los dos era el más pobre entre los más pobres. Como si aquella tragedia sin pan y sin peces, fuese algo para jactarse.

Dicen que el viernes 17 de julio, murió de un ataque de tristeza.

Durante el último golpe cívico, militar y eclesiástico, porque la jerarquía eclesiástica también apoyó el golpe, les prestó a los golpistas una biblia gigante, y guardó silencio ante los fusilados de Sacaba, Senkata y el Pedregal… cuando el sueño de ser un país que nunca más tuviese que prestarse dinero para comprar comida o gasolina se hizo trizas en el suelo; apareció don Napo, para sacarse el pan de la boca y dárselo a los perseguidos y perseguidas que llegaban a Buenos Aires con apenas una camisa sucia sobre los huesos cansados.

Durante 200 días compartió con los exiliados bolivianos en la Argentina el pan amargo del exilio, compartió su mesa con “los corruptos” que habían logrado eliminar a Bolivia del mapa de la pobreza.

A las 12 en punto aparecía don Napoleón con un par de ollas, una de arroz graneado y otra de lentejas, carne molida y papas.

Nunca pidió que alguien le dijera gracias.

Pero… muchas gracias don Napoleón.

A veces pienso que sería bueno que el cielo exista.

Para que don Napoleón pueda vivir ahí feliz, en un país donde sus habitantes nunca más sean perseguidos ni tengan que pasar hambre.